El estrés
.... esa cosa horrible que parece ser el gran culpable de muchos de los males
que nos aquejan a todos. Se le responsabiliza de cosas tan variopintas como las
úlceras, los accidentes de coche, el escaso rendimiento de un deportista, o la
inexplicable depresión de un cantante de moda. Y es un cajón de sastre
estupendo para achacar desde dolores de cabeza hasta calvicie, aumento o
disminución de peso, insomnio, mal humor, falta de concentración ... de todo.
Si sumamos
todas sus supuestas víctimas, probablemente la cifra supere los fallecidos
en las guerras del último siglo. ¿Cómo es que no nos unimos todos para luchar
contra semejante enemigo de la Humanidad? Y, sobre todo, ¿cómo es que el ser
humano ha desarrollado algo tan perjudicial?
Imaginemos a
nuestro abuelito, el Hombre de Cro-Magnon. Está por la sabana, buscando algún
animalejo que llevarse a la lanza, cuando de pronto aparece en escena un león.
Nuestro abuelo lo percibe, e, inmediatamente,
se produce una descarga de adrenalina, y empieza a sufrir una serie de
transformaciones fisiológicas. Por ejemplo, le latirá más rápido el corazón y
respirará entrecortadamente, con lo que se prepara para la carrera. Disminuirá
el caudal sanguíneo superficial en brazos y piernas,
aumentando en los músculos y el tronco, reduciéndose de esta manera el peligro de morir
desangrado si es herido. Tiene también un efecto anestésico (que es el que nos
permite dar puñetazos en la mesa cuando estamos enfadados, sin sentir dolor).
En resumen, el cuerpo se prepara para la defensa ante algo que es percibido
como un peligro potencial. De hecho, si en aquel momento el abuelo no se
hubiera “estresado”, probablemente nosotros no estaríamos ahora aquí.
Muy bien, me
diréis ahora. Efectivamente, al abuelo le servía de algo esto tan desagradable.
¿Y de qué sirve ahora, en la era del ordenador, el coche, la tablet y el
smartphone, eso del estrés? ¿no sería mejor que hubiera quedado eliminado con
la evolución del ser humano?
Pues no,
señor. Sin estrés, la vida sería aburridísima: sin él, no nos molestaríamos en
asistir a un partido de fútbol, en el
que los jugadores apenas se esforzarían, porque les da igual ganar o perder, y
no luchan por el balón... por la calle, esa/e señor/a tan impresionante no nos
parecería nada impresionante ... y al día siguiente, en el trabajo, si es que se
llega, porque nos daría igual ir que no, tampoco nos activaríamos lo suficiente
para resolver el reto de cómo mejorar la oferta del producto que acaba de
lanzar la competencia. En suma, la vida sería neutra, “ni frío, ni calor, cero
grados”. De hecho, necesitamos un nivel moderado de estrés para enfrentarnos a
situaciones difíciles y afrontar los retos.
La solución
estriba en que el estrés en sí mismo no es bueno ni malo. Sólo cuando las
respuestas de estrés son excesivamente intensas, frecuentes o duraderas pueden
producir trastornos en el organismo, tanto físicos como psicológicos.
Un problema
añadido que tenemos es que, con frecuencia, el estrés elevado se mantiene en el
tiempo, por lo que nos acostumbramos a ese estado, muchas veces ni siquiera nos
damos cuenta el nivel de estrés que llevamos, y le quitamos importancia al
creer que no podemos hacer mucho para combatirlo.
En próximas
entradas ofreceremos sugerencias que pueden ayudar a reducir los niveles de
estrés, para acercarnos más al nivel óptimo de estrés que nos facilita un
rendimiento excelente, sin las consecuencias negativas que puede acarrear su
exceso.
Como siempre Merche, aprendiendo contigo!!
ResponderEliminarBesos
Gracias, Julia! Me alegro mucho!
EliminarEstoy deseando nos cuentes como reducir el estrés para llegar a un nivel óptimo. Muchos besos
ResponderEliminarMe alegro, Cristina! Pues ya irá llegando...;-)
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